sábado, 10 de septiembre de 2011

El Relato de Septiembre: El hombre del traje gris.

EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS


Mi familia llevaba muerta un año. Más o menos el mismo tiempo que yo. La diferencia es que ellos lo hicieron en un coche, y yo me consumía lentamente en este parque de mala muerte. Las fases por las que debía pasar en mi luto eran cinco: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Sin embargo hacía meses que me había instalado en las dos primeras. Con un acompañante de excepción: mi amigo Don Simón. Negación, trago de vino. Ira, borrachera. Negación, otro trago. Y así en un bucle eterno del que me era imposible salir. Hasta que se sentó a mi lado el hombre del traje gris, y me hizo una proposición imposible de rechazar...

  • Quiero que me mate.
  • ¿Cómo?
El tetrabrik se me cayó de las manos, manchando mis ya de por si destrozados zapatos.
  • Quiero que me mate.
Acompañó la frase con una sonrisa, y por su tono de voz afable, no podía saber con claridad si me pedía la hora o quería que acabase con su vida, como así parecía.
  • ¿Por qué?
Lo miré detenidamente mientras esperaba respuesta. Traje gris impecable. Camisa de seda. Cinturón a juego con sus mocasines y un reloj espectacular adherido a su muñeca izquierda.
  • Porque ya estoy muerto.
Su respuesta todavía me dejo más desorientado. Él pareció captar mi confusión y con otra sonrisa empezó a explicarse...
  • Tengo cáncer. Seis meses. Un año, a lo sumo... no entraré en detalles. No quiero morir en una cama de hospital rodeado de gente mirándome con lástima mientras me marchito. Y quiero dejarlo todo atado, que mi familia este bien cubierta cuando yo me vaya. Tengo un seguro. Un muy buen seguro. Si muero en acto de servicio...
  • ¿Cómo? ¿es usted policía?
  • Inspector de homicidios
  • ¿Y cómo puede pedirme esto?
  • Bueno, la verdad es que no le pido que mate a una tercera persona. Le pido que me ayude a morir. Como un suicidio asistido. Y así matamos tres pájaros de un tiro: yo acabo con esto de manera rápida, mi mujer e hija tendrán la vida solucionada y usted...
  • ¿Yo?
  • ...se lleva esto por las molestias...
Sacó un sobre del bolsillo de la americana. Me lo pasó. Lo abrí con pulso tembloroso...
  • Aquí hay cincuenta mil euros. Todo el cash que tenía en casa.
  • No se si cincuenta mil euros compensan veinte o treinta años en la cárcel...
  • No tiene porque acabar en la trena.
  • ¿Y eso?
  • Porque junto al dinero le voy a regalar la coartada perfecta.
  • Usted dirá.
Fue pronunciar esas dos palabras y sacó de su bolsillo una pistola.
  • ¿Qué va a hacer con eso?
  • Esta pistola no tiene número de serie. La requisé en una redada. Las huellas que tiene la empuñadura pertenecen a un "operario" de la familia Dante.
  • ¿El clan mafioso?
  • En efecto. Usted me disparará tres veces, exactamente en las zonas de mi cuerpo que yo le indique. Muslo derecho. Muslo izquierdo. Cabeza. La firma de los Dante. Si a eso le sumamos una pistola con las huellas de Stefano Dante... hay demasiados casos en esta ciudad y mis compañeros zanjaran rápidamente el tema.
Cogí la pistola con determinación, asiéndola con un pañuelo para no dejar mis propias huellas.
  • ¿Y que impide que ahora que tengo el dinero y la pistola no me marche corriendo?
  • Esto.
Sacó otra pistola y me apuntó con ella.
  • Tengo cáncer, pero no soy tonto. Si usted acepta el trato, y supongo que es así porque todavía conserva mi sobre y el arma de fuego, lo hará como yo le diga. Si trata de huir o si intenta matarme de forma distinta a como yo le ordeno...
Disparó el arma. Sonó un click. Afortunadamente estaba el seguro puesto. Estuve a punto de mearme en los pantalones.
  • Está bien, está bien... me ha quedado claro. Clarísimo. ¿Cómo lo haremos?
  • Sígame. Y tire esa mierda en alguna papelera...
Me separé de Don Simón y seguí al hombre del traje gris a través del parque. Llegamos a un claro tenuemente iluminado por una farola. No había nadie a esas horas de la noche. Empezó a quitarse la ropa.
  • ¿Qué hace?
  • Desnudarme. Ya le he dicho que se hará como yo le diga. No quiero errores. Los dante siempre firman igual: dejan el cuerpo desnudo y con tres balazos en medio de un parque. Cualquier cosa que cambiásemos levantaría sospechas. Y solo faltaría que mi compañía de seguros se oliera algo...
Acabó de desvestirse. Calzoncillos grises y roídos. Me pregunté como alguien podía llevar un Armani de mil euros y al mismo tiempo, una ropa interior tan cutre como esa. Seguía con la pistola en la mano. Se tumbó en el suelo. Me pareció una situación tremendamente ridícula.
  • Quite el seguro. Apunte a mi pierna derecha y dispare.
Levanté el arma.
  • Quieto. Acérquese. Más. Ahí está bien. Ahora... dispare.
¡¡¡¡Pam!!! El sonido fue desgarrador. Pero no el del disparo, que aunque fuerte no me sorprendió. Lo desgarrador fue ver como el tipo de los calzoncillos grises chillaba y se retorcía de dolor.
  • ¡¡¡Hijo de putaaaaaa!!!
  • Perdón, yo, …
  • Calle la puta boca. Acabemos con esto. Dispare a la izquierda.
No quedaba atisbo del hombre afable con el que había iniciado la conversación. Dudé en volver a disparar. De su muslo, chorreaba un líquido denso y rojo. ¡¡¡Pam!!! El eco del disparo volvió a oírse por todo el parque. Me extrañaba que nadie se nos hubiera acercado.
  • Ahora, el tercer disparo.
Levanté el arma por tercera vez. Y se oyó un tercer disparo. Pero no fue el mio. El policía me había disparado. Todo se volvió oscuro. ¿Por qué? Intenté balbucear, pero mis labios no se movían. Claro, gilipollas. Los muertos no hablan. Noté como el inspector me ponía una mano en la yugular para comprobar mis constantes y después... después... es difícil de explicar lo que ocurre cuando el alma se separa del cuerpo, pero así fue. Me separé del cuerpo lentamente, viendo mi propio cuerpo en el suelo y al hombre de los calzoncillos hacerse un torniquete en ambas piernas con su cinturón y su corbata. Miré hacia delante. Vi una luz y gente esperándome. No vi a Sonia ni a Manuel pero podía sentirlos. Seguía subiendo. Incliné la cabeza y la última imagen que vi fue mi cuerpo vestido con el traje gris y al inspector escondiendo tras unos arbustos una bolsa hermética que debía contener mi pobre traje y el sobre con el dinero. Casi llegaba al inicio de la luz. ¿Por qué? Volví a pensar, aunque ya no me importaba tanto. De fondo, como un eco lejano, oí como el inspector me dedicaba unas ultimas palabras...
  • Lo siento. No es nada personal. Eras mi única vía de escape. Siento haberte matado. Y lo siento por mentirte. Bueno, lo cierto es que me quedaba poco tiempo de vida. Pero no por el cáncer, que no tengo. Por las deudas de juego. Mi prestamista me ha dado un tiempo límite para devolverle un dinero que no tenía forma de conseguir. Si no lo devolvía, estaba muerto. Tampoco te he engañado con lo del seguro. Tengo un seguro de vida espectacular. Lo que te he omitido es que en caso de invalidez en acto de servicio también cobro. Cuatrocientos mil euros. Lo siento.
Mi alma seguía subiendo a gran velocidad. No sabía si reír o llorar. Ver a Manuel correr hacia mi gritando ¡papá! me hizo decantar por lo primero...
senovi

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