sábado, 8 de enero de 2011

El Relato de Enero: El reino de Topamí


Noah abrió los ojos con cuidado. La luz que emanaba de la ventana le había despertado. Empezó a desperezarse y se sentó sobre la cama. Se sentía terriblemente cansado. Alcanzó el despertador a tientas pues tenía todavía los ojos legañosos y entrecerrados. Cuando vio la hora los abrió de golpe, sorprendido. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, sin embargo, esa hora no correspondía con el haz de luz que se filtraba a través de las cortinas de su habitación. Se puso en pie de un salto al mismo tiempo que encajaba sus piececillos en unas zapatillas de felpa que le habían regalado las pasadas navidades. Se arrastró bostezando y corrió las ventanas. Era noche cerrada, aunque en medio de la cancha de baloncesto que había frente a su casa había un punto luminoso que emitía un feroz resplandor. Parecía como si un sol en miniatura estuviera descansando sobre el círculo central de la pista. Se puso la bata y salió a la calle a hurtadillas para no despertar a su hermana Raquel ni a sus padres. Al llegar a la calle le invadió el miedo. Se paró, estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero finalmente la curiosidad se impuso a la prudencia. Pensó que acababa de cumplir cinco años, que ya era casi un hombre y que debía de enfrentarse a lo que fuera eso. Pensó que en el peor de los casos podría dar marcha atrás (total su casa estaba a escasos metros de distancia) y refugiarse en su habitación. Llegó a la cancha, armándose de valor. Fue entonces cuando empezó a escuchar música. Era una música que no sabia definir, pero se daba cuenta de que provenía exactamente del mismo punto del que fluía la luz. Solo cuando estaba a dos metros escasos del núcleo luminoso vio por fin que era. Una pelota de baloncesto. Experimentó una doble sensación al mismo tiempo: decepción (pues había imaginado cualquier objeto misterioso menos algo tan trivial) y sorpresa (puesto que el balón se elevaba unos centímetros del suelo). Se restregó los ojos por si seguía durmiendo y se pellizcó como había visto en tantas películas pero el resultado fue el mismo: el objeto seguía ahí, resplandeciente y flotando. Se acercó a él. Ahora tan solo estaba separado unos centímetros y extendió los brazos al mismo tiempo que decenas de preguntas se agolpaban en su cabeza. ¿Por qué emite luz? ¿Estará caliente o fría? ¿Me doleráaaaaaa? Mientras se hacia esta última pregunta rozó la esfera con los dedos y todo explotó. El niño salió despedido hacia atrás unos cuantos metros y quedó inconsciente.


II

Noah recuperó el sentido sin atreverse a abrir los ojos. Tenía miedo de que se hubiera quedado ciego, pues la cabeza y los ojos le quemaban. Intentó comprender que había pasado, solo recordaba la pelota flotando y después, al rozarla con los dedos, un gran estallido. Abrió los ojos, temeroso y expectante, y vio un cielo de un azul asombroso lleno de nubes. Se preguntó cuanto tiempo había pasado ahí, tumbado en el suelo, porque evidentemente cuando bajó a la calle todavía quedaba mucho rato para que empezase el día. Con dolor en brazos y piernas se incorporó lentamente. Algo andaba mal. Pero que muy mal. Jodidamente mal, como hubiera dicho su padre (y luego hubiera tenido que meter una moneda en la hucha del salón porque en casa estaban prohibidas las palabrotas y el que las decía ya sabia lo que tenía que hacer…). Miró hacia todos los lados y no reconocía nada de lo que veía ahí, exceptuando la pelota. Una pelota que ahora no tenía nada de especial (a no ser por que seguía flotando, desafiando a la ley de la gravedad). Sin embargo ya no resplandecía. Un pequeño punto en medio de una llanura de hierba infinita que lo rodeaba por todas partes. Se preguntó que había pasado, donde estaba y por su puesto, que debía hacer. En un momento de inspiración se acordó de su perro Rin y de lo que su madre le dijo el día en que desapareció de casa: que estaba en el cielo. Cuando Noah le preguntó que qué era el cielo, su madre se lo describió exactamente así, un sitio donde le embargaría la paz, lleno de naturaleza, y en el que podría campar a sus anchas. Un sitio donde el cielo y la tierra se fundían en un lazo. Un lugar en el que seria feliz para siempre. Así que, asustado por esa revelación preguntó en voz alta: 

- ¿Es esto el cielo?

De repente, una carcajada se escuchó a sus espaldas. Tras él, y comiendo un pastelito sobre una roca (que no sabia como había llegado allí, pues hace un momento todo era una gran llanura) encontró a un pequeño ser, parecido a un duende y con una gorra multicolor.

-¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Por qué te has reído cuando he preguntado que si esto era el cielo? Le dijo el niño enfurruñado.

El duende (si eso era lo que era) se puso de pie de un salto y con una voz muy sería le explicó:

-Soy Hego, y estás en mi reino, el reino de Topamí.
-¿Qué reino es ese? Le preguntó Noah
-Es un reino mágico.- Le respondió. Aquí cualquier cosa que desees se cumple, lo puedes tener todo. Esto es como un inmenso tapiz en el que con tu mente puedes dibujar lo que te plazca porque se volverá real. Ya veras, haz la prueba.
-¿Y que tengo que hacer?- preguntó el niño
-Piensa en algo que desees
-¿Cualquier cosa?.- preguntó sorprendido
-Cualquier cosa
- Quiero, quiero…. De pronto se dio cuenta de que estaba hambriento. Se imaginó un gran vaso de cereales. Y por arte de magia el vaso apareció frente a él.
- ¿Te digo que puedes desear cualquier cosa y solo se te ocurre un vaso de cereales?- preguntó el hombrecillo con sorna.
- Es que tengo hambre…- Replicó Noah.
- Prueba algo diferente. Algo grande, majestuoso, especial. A ver, ¿Qué es lo que más quieres en el mundo?
- A mis padres. A mi hermana.
- No, no, aquí puedes crear cualquier cosa pero no puedes hacer que nadie te acompañe. Esto es solo para ti. Yo estoy viejo (aunque me veas joven tengo ciento dieciséis años) y me tengo que jubilar. Necesito un sustituto y por eso te he elegido a ti. ¿Quieres ser el nuevo rey de Topamí?
-El niño lo miró entre sorprendido y asustado..- ¿Yoooo? ¿Un reeeey?
-¿No te apetecería hacer aparecer un castillo mágico y volar los cielos encima de un dragón? –Insistiendo- ¿No te gustaría poder montar en el coche más grande y lujoso del mundo? ¿Tener infinitos juguetes? ¿Hacer que llueva dinero?
-Yo…si claro…pero… ¿no podría compartir estos deseos con mi familia, con mis amigos…?.- Dijo Noah con recelo.
-No.- Repuso el duende tajante.- Esa es la única condición que te pongo.- Entonces.- Extendiendo la mano.- ¿Hemos llegado a un trato?
- No, creo que quiero volver a casa.
- Pero si aquí puedes tenerlo todo, mira…- por arte de magia apareció una montaña de caramelos. Habían golosinas para saciar a Noah durante los próximos cien, que digo cien, cien mil años al menos.
- No, quiero volver a casa.
- Está bien, está bien. Solo tienes que acercarte de nuevo al balón y tocarlo.
El niño se acercó a la pelota. El rey Hego con lágrimas en los ojos le llamó justo antes de tocarla y le preguntó:
- Pero…¿Por qué te vas? Aquí lo puedes tener todo…
- Y el niño le respondió con otra pregunta: ¿De que sirve tenerlo todo si no lo puedo compartir con nadie…?- El niño toco el balón y desapareció.


III

Noah abrió los ojos (otra vez) y se encontró junto a su cama, tumbado en el suelo. Todo había sido un sueño. La puerta de la habitación se abrió de golpe y por ella aparecieron tres cabezas, la de su mamá, su papá y Raquel.
- ¿Qué ha pasado? ¿Te has caído de la cama? ¿Estas bien?-Preguntaron los tres casi al unísono.

Y Noah se echó a reír convencido de lo afortunado que era, sabiendo que aquí, en su casa, si que lo podía tener todo. Este era el verdadero reino de Topamí.
senovi.

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