martes, 5 de octubre de 2010

Agua ( I - IV )

I

 Estoy desnudo. Sobre el pecho y atado al cuello llevo una cadena de oro muy pesada que me oprime, me deja sin aire. Estoy en el mar y es de noche. La luna, al fondo, se refleja en el horizonte. Miro alrededor mío y no hay nadie. Camino adentrándome en el agua, sin embargo mis piernas no están obedeciendo lo que mi mente ordena. Mi cabeza pide a gritos dar vuelta atrás pero mi cuerpo se va hundiendo irremediablemente a medida que avanza. Grito con todas mis fuerzas aunque mi boca no produce sonido alguno. Las olas me lamen el pecho, la espuma salada salpica en mi cara. Por fin mis piernas obedecen, se han detenido. Sin embargo comienzo a hundirme. No se por qué, todavía estoy cerca de la orilla pero me hundo irremisiblemente. Muevo los brazos pero es imposible continuar a flote. No se que pasa, el agua me llega a la boca y aguanto la respiración. Creo que es la cadena la que me arrastra hacia el fondo. Dedico mis fuerzas con desesperación a liberarme de la cadena pero es imposible, se agarra a mi cuello como una serpiente. Intento arrancármela pero no hay manera y me empieza a faltar el oxígeno. En mi mente se suceden mil imágenes sin aparente conexión: una brújula, un despertador, unas gafas de sol y finalmente tu cara. Menos mal, si tengo que morir prefiero que sea lo último que recuerde. Noto que lloro. Estoy bajo el mar y mis lágrimas se funden en el infinito. Cierro los ojos, y despierto.


II

Estoy en mi cama. Sudo, ya he vuelto a tener la mierda de sueño de siempre. Me pongo las zapatillas, primero una y luego la otra. Me arrastro hacia la nevera, agarro el cartón de leche y me tomo seis tragos, ni uno más, ni uno menos – Hay que limpiar el estomago después de la borrachera de ayer –y me voy a echar una meada. Joder, que resaca. Me acerco de nuevo a la cocina, me pongo un vasito de whisky y lo paladeo. El reloj marca las 5 de la madrugada, ¡que bien!, he conseguido dormir 4 horas, todo un récord. Bajo a la calle. A esta hora está todo desierto a excepción de cuatro prostitutas que vuelven a casa con el deber cumplido por hoy. Me gusta esta tranquilidad. Camino sin rumbo fijo esperando que nazca el nuevo día y me acuerdo de ti mientras una sombra se postra sobre mi pecho. No dejo de pensar en ti, Lucía. En tus consejos, tus sonrisas, en fin, en tu compañía y demás. Estoy enfermo, lo sabes. Desde que robé aquel colgante de oro con seis años en el puerto ya no he podido dejarlo. Lo he suplantado con sexo, alcohol, drogas, por el deporte, la música… dios sabe que lo he intentado con todas mis fuerzas pero ni tu has conseguido que deje de reincidir. Es el subidón, la aventura de lo prohibido, el poseer aquello que no es tuyo, la descarga de adrenalina, en fin, que soy un puto enfermo.

III

Llego hasta el Bar Daniel, el más madrugador de la zona aunque todavía no ha levantado sus persianas. Me apoyo contra la pared y espero, con un pitillo en las manos. Ay Lucía, cada vez tengo más claro que podré con esto aunque no se si todavía estarás ahí cuando me cure. He quedado esta misma tarde con el psicólogo, estamos haciendo grandes progresos. Ya queda menos, ya queda menos. Me ato los zapatos, a lo lejos luces amarillentas se reflejan en las ventanas del edificio de enfrente, es la segunda vez que pasa el mismo coche de policía, hoy estan con bastante faena, parece. Apago el pitillo y entonces la veo. Frente a mi. De pie en medio de la calle. Es la Muerte. La Muerte que viene a por mi. La miro fijamente pero no tardo en bajar los ojos, no aguanto el desafío. No me puedo mover, como en el sueño. Por favor, no te me lleves. Estoy tan cerca, tan cerca de sanar, tan cerca de volver contigo, Lucia. Veo su sombra moviéndose cada vez mas alargada acercándose a mi, con pasos callados. Un sudor frío me recorre la frente. Se detiene a mi lado, noto su aliento sobre mí. Huele a desolación, a soledad, a tristeza, a sueños incumplidos, y a desesperación. Me susurra al oido que lo deje todo y vaya con ella. Siento que mi alma se separa poco a poco de mi cuerpo. Por favor, no te me lleves todavía. Quiero ver a mi niña, quiero tener hijos, dios mío, no lo permitas… soy todavía tan joven…dame otra oportunidad… Cierro los ojos con fuerza. Una mano se apoya en mi hombro…


  • ¿Estás bien? -

Levanto la vista poco a poco, todo es una mancha borrosa. Lentamente las manchas se convierten en un contorno, y el contorno en una forma, en la figura de un hombre. Es Daniel. El dueño del bar.


  • ¿Estás bien? – Repite mientras me mira preocupado.-

  • Si, sí, tío… me habrá bajado el azúcar, o algo así…- le digo mientras me seco la frente con la manga de la camisa…

Abre la persiana, enciende las luces y me invita a pasar.


  • ¿Te pongo algo? - Me dice mirándome todavía con preocupación.-

  • Ponme un carajillo de coñac, voy un momento al servicio…

IV

Enciendo las luces del baño. El fosforescente debe estar medio fundido, pues no para de parpadear. Me miro al espejo. Vaya ojerones. Enciendo el grifo y me lavo la cara. Mucho mejor. Agarro dos kilos de papel y me seco. Vuelvo a mirarme en el espejo. Me atuso el pelo con los dedos para darle forma. Perfecto. Ya estoy a tope para comerme un nuevo día. Me acerco a la barra, no se cuanto rato he estado en el baño pero ya hay dos o tres personas sentadas almorzando. Me siento sobre el taburete, y entro en calor envolviendo con las dos manos el carajillo. Se sienta a mi lado una mujer mayor y me sonríe dándome los buenos días. Leo el periódico, más de lo de siempre, políticos dejándose a parir, otro atentado en Oriente Medio y un plurireportaje de la última peli de Tom Hanks. Miro el reloj, ya se me han hecho las seis, hay que ir a trabajar… Echo mano de la cartera y veo que me he quedado sin nada suelto. Bueno, sin nada suelto y sin nada agarrado. Sin un puto duro. Deslizo la vista lentamente hacia el bolso de la vieja. Estoy seguro de que algo llevará…

No hay comentarios:

Publicar un comentario